Saludos, ciudadanos.
Miedo.
El miedo es una respuesta natural ante el peligro. A modo de ejemplo, si salimos del cine y somos abordado al girar la esquina por un indivíduo armado con un cuchillo, experimentaremos diversas reacciones: se activa la amígdala cerebral del lóbulo temporal con lo que se incrementará en décimas de segundo el metabolismo celular. Esto significa que el corazón bombeará sangre a mayor velocidad para poder llevar determinadas hormonas a las células, sobre todo la adrenalina. Aumenta la presión arterial y fluye la sangre con preferencia a los músculos mayores, en especial a los de las extremidades inferiores por si hay que salir por piernas, se dilatan las pupilas para facilitar la admisión de luz con el objetivo de no perder detalle y el sistema límbico fija su atención en el sujeto amenazante deshechando todo lo demás. Estos cambios nos facilitan una respuesta rápida ante el peligro y de ello se deduce que tener miedo es algo muy conveniente cuando el peligro es real.
Por el contrario, si tenemos miedo a un peligro irreal (bien sea porque nuestra mente nos ha hecho creer que es real o simplemente porque es un miedo inducido por terceras personas), ante la falta de una clara amenaza en la que poner nuestra atención, lo único que conseguiremos será una buena taquicardia, abundante sudoración, temblores, dispersión de la atención, falta de control en riñones y vejiga así como también pérdida del control sobre la conducta. Lo que llamamos comúnmente cagarse la pata abajo, vamos.
Miedo real y miedo irreal. Pues ya tenemos los dos tipos de miedo, ¿no?
Pues no.
Miedo.
El miedo es una respuesta natural ante el peligro. A modo de ejemplo, si salimos del cine y somos abordado al girar la esquina por un indivíduo armado con un cuchillo, experimentaremos diversas reacciones: se activa la amígdala cerebral del lóbulo temporal con lo que se incrementará en décimas de segundo el metabolismo celular. Esto significa que el corazón bombeará sangre a mayor velocidad para poder llevar determinadas hormonas a las células, sobre todo la adrenalina. Aumenta la presión arterial y fluye la sangre con preferencia a los músculos mayores, en especial a los de las extremidades inferiores por si hay que salir por piernas, se dilatan las pupilas para facilitar la admisión de luz con el objetivo de no perder detalle y el sistema límbico fija su atención en el sujeto amenazante deshechando todo lo demás. Estos cambios nos facilitan una respuesta rápida ante el peligro y de ello se deduce que tener miedo es algo muy conveniente cuando el peligro es real.
Por el contrario, si tenemos miedo a un peligro irreal (bien sea porque nuestra mente nos ha hecho creer que es real o simplemente porque es un miedo inducido por terceras personas), ante la falta de una clara amenaza en la que poner nuestra atención, lo único que conseguiremos será una buena taquicardia, abundante sudoración, temblores, dispersión de la atención, falta de control en riñones y vejiga así como también pérdida del control sobre la conducta. Lo que llamamos comúnmente cagarse la pata abajo, vamos.
Miedo real y miedo irreal. Pues ya tenemos los dos tipos de miedo, ¿no?
Pues no.