miércoles, 16 de mayo de 2012

15-M, COSA DE TODOS

Saludos, ciudadanos.

Ayer fue 15 de mayo, más conocido como 15-M por nosotros los perroflautas. Como sabéis -o deberíais saber- es el día en que los indignados muestran su desacuerdo hacia los poderosos por cómo estan haciendo las cosas y hacia dónde nos están llevando.

Alguien dijo hace unos días que se podía hacer algo en Puçol para demostrar que aquí también hay indignados, que no todo era ir a Valencia a sumarse a los allí existentes para participar en la gran manifestación, que una convocatoria en Puçol, por pequeña que fuese, daría visibilidad al movimiento entre nuestros vecinos. No sería la primera porque hace justo un año ya nos manifestamos algunos en esta fecha, así que también era una forma de darle continuidad a las acciones de protesta ya comenzadas.

A las siete en tal sitio, dijeron. Y allá que fui como un reloj, faltaría más. Evidentemente, simpatizo con todos los ciudadanos que luchan por una sociedad más justa y ponen su granito de arena para construirla, aunque sea desde la protesta hacia la actual, lo cual es el primer paso que hay que dar. Con la bolsa de papel calzada en el cráneo y habiéndole practicado previamente unos orificios para que los piojos pudiesen oxigenarse (los putos bichejos no tienen culpa de mi particular fashion style), llegué al punto de encuentro para comprobar que, contándome a mi, éramos cinco las almas allí congregadas.

Bien, pensé. Ya son dos más de los esperados. Aquello tenía pinta de ser un éxito.

jueves, 3 de mayo de 2012

¡¡ ACCIÓN !!

Saludos, ciudadanos.

- Tengo que tratar un asunto muy delicado y necesito urgentemente que hablemos.

La frase es inmejorable. Pronunciada en un momento de intimidad con el tono y volumen adecuados, provoca en quien la escucha una falsa inclinación a la generosidad y siembra una duda que genera un profundo a la vez que morboso deseo de conocer de qué se trata.

Recuerdo haberla pronunciado ante el párroco del pueblo, un hombre siempre dispuesto a abrir las orejas más de lo debido y no precisamente por un sentimiento de hermandad cristiana. Don Ramón estuvo ejerciendo su labor durante diecinueve años en los que logró labrarse una respetabilidad intachable hasta con los que no acudían a su iglesia. Cercano a los setenta años, rechoncho y de escasa altura, era reacio a mostrar su calvicie y no eran pocos los que reían secretamente cuando el viento le jugaba una mala pasada a su peinado de cortinilla. Un lunes de pascua lo encontraron unas ancianas muerto en la sacristía, a los pies de la escalera que comunicaba con su casa particular. Uno de los golpes durante la caída resultó ser fatal pero el peor de los impactos fue esa mueca extraña con la que quedó su cadáver, adornado con un palmo de cabellos que salían de la parte izquierda de su cabeza y que quedaron distribuidos en forma de abanico.